La concentración de CO
2 en la atmósfera es uno de los parámetros más usados actualmente para estimar la influencia antropogénica en el clima según
la teoría del Cambio Climático (véase también
IPCC). Se le atribuye un papel fundamental, sobre todo por el incremento registrado de su concentración desde la época de la revolución industrial; hecho que lo ha relacionado directamente con el incremento de las temperaturas. El CO
2 es un potente gas de efecto invernadero (el cual retiene parte de la energía solar que entra en nuestro planeta propiciando un incremento térmico) y ha sufrido lo que algunos llaman la
“demonización” del CO2. Y es que la teoría de que el causante del calentamiento esté relacionado con el incremento del CO
2 atmosférico tiene sus detractores e incluso ha sufrido episodios polémicos al más puro estilo cinematográfico (
ClimateGate). Al margen de esto, lo que está claro es que los gases de efecto invernadero pueden jugar un papel importante en la regulación del clima por sus propiedades de regulación energética (
Radiative forcing). Es importante reflexionar acerca de las pequeñas variaciones en la temperatura del planeta y su papel en algunos problemas medioambientales. Un ejemplo puede ser la liberación a la atmósfera del metano atrapado en el
Permafrost de la Antártida, la cual se va poco a poco derritiendo.
El CO
2 es el gas de efecto invernadero utilizado como referencia y es habitual expresar el contenido de otros gases invernadero como el metano, el óxido nitroso o los que reaccionan destruyendo la capa de ozono, como toneladas de
CO2 equivalentes. También es frecuente encontrar cálculos sobre la influencia en el clima de diversas actividades
en términos de producción de CO2.
Con el fin de controlar el aumento del calentamiento global, a nivel internacional se han planteado estrategias como las propuestas en el
Protocolo de Kyoto para la reducción de las emisiones de CO
2 con más o menos éxito. Centrar los esfuerzos en la reducción de la emisión de CO
2 posiblemente sea uno de los principales fallos de este tipo de iniciativas. La reducción del CO
2 acarrea serios problemas económicos en muchos países desarrollados o que se están desarrollando económica e industrialmente. Se ha llegado incluso a la
compra de los derechos de emisión de CO2 de los países en vías de desarrollo por parte de países que no pueden o no quieren comprometerse con esta reducción.
Una iniciativa muy importante, al margen de la reducción del CO
2, es la disminución del resto de gases invernadero, muchos de ellos de manufactura industrial (ya que de forma natural no están presentes). De hecho, aunque en cómputo global sea mayor la cantidad de CO
2 emitida a la atmósfera en relación con el resto de gases invernadero, algunos de ellos como el metano o el óxido nitroso tienen más capacidad de retención energética que el CO
2 (el caso del N
2O llega a más de 300 veces el efecto del CO
2) siendo bastante importante en término global. Posiblemente, una alternativa eficaz a corto plazo y rentable económicamente, es la reducción de los gases invernadero que no son CO
2. Con esto se podría mitigar, aunque no eliminar, el problema de cara a los próximos años,
los cuales y en base al crecimiento demográfico y la demanda energética de los países en desarrollo, se plantean bastante “calientes” desde el punto de vista de las emisiones de gases invernadero. Capacidad tenemos y ejemplos como
el protocolo de Montreal para la eliminación de los gases que reaccionan con el ozono de los procesos industriales, han conseguido controlar el efecto desbastador que hubo hace unos años con el
agujero de la capa de ozono.
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