El pasado mes de diciembre Red Remedia recibió la propuesta de publicar un artículo sobre consumo de carne y cambio climático en The Conversation. El resultado fue el artículo que apareció publicado la semana pasada en The Conversation de forma original y hecho eco en prensa estatal como «EL PAÍS«.

Esta publicación se ha realizado mediante un proceso participativo dentro de Red Remedia en el que se invitó a participar a tod@s l@s asociad@s y se configuró un grupo de trabajo con tod@s aquellos interesad@s. Después de un proceso de discusión muy enriquecedor el grupo de trabajo entregó una versión a The Conversation, que fue editado por la revista resultando en el artículo publicado.

Además de ofrecer información sobre este proceso, queremos dejar constancia del texto originalmente producido por el grupo de trabajo, que contiene algunos detalles adicionales a la versión publicada en prensa. Lo tenéis disponible  más abajo.

Esperamos que este sea sólo el comienzo de este tipo de publicaciones de divulgación de la RED REMEDIA. Os animamos a tod@s aquellos que tengais un tema a debatir a hacerlo mediante este formato de trabajo.

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¿En qué medida es efectivo reducir el consumo de carne para mitigar el cambio climático?

A pesar del desafío que supone el cambio climático para la humanidad, nuestras acciones pueden contribuir a mitigarlo. Necesitamos información entendible, contrastada y basada en la evidencia científica para comprender cuál es nuestro papel para limitar los efectos del cambio climático, pero con frecuencia nos vemos expuestos a informaciones divergentes, simplistas y contradictorias. Es el caso del papel desempeñado por la producción y consumo de productos de origen animal y la reducción de su consumo como estrategia de mitigación del cambio climático[1][2][3][4]. Sin embargo, los mensajes contradictorios son un error de comunicación del cambio climático ya que tienen un notable efecto disuasorio sobre la acción política y social dificultando una acción climática clara y decidida: “elijo el mensaje que mejor me viene según mis intereses”, o “para qué voy a hacer algo si ni siquiera los expertos se ponen de acuerdo”.

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No hay duda de que lo que comemos, cómo lo producimos y lo que desechamos tiene un gran impacto en el medio ambiente y en nuestra propia salud.  ¿Se debe reducir entonces el consumo de productos de origen animal para ayudar a paliar los efectos del cambio climático? Un grupo de 18 investigadores pertenecientes a la Red REMEDIA, que nos dedicamos al estudio de la mitigación del cambio climático en la agricultura y la ganadería desde diferentes perspectivas, hemos tratado de responder a esta cuestión. Para ello debemos precisar en primer lugar cuál es la contribución de la producción y el consumo de productos de origen animal al cambio climático en comparación con otros alimentos y sectores productivos. En segundo lugar, tendremos que valorar en qué medida es efectivo reducir nuestro consumo de estos productos para reducir el impacto sobre el cambio climático. Además, tendremos que esclarecer también si existen diferencias entre distintos tipos de producciones animales desde el punto de vista de las emisiones. Este es el resultado de nuestras reflexiones sobre estas cuestiones.

Debemos ser rigurosos en la contabilidad en las emisiones: los inventarios de emisiones no necesariamente reflejan el impacto climático asociado a las pautas de consumo de alimentos.

Para conocer cuál es la contribución del sector ganadero al cambio climático podemos acudir al inventario nacional de emisiones, que es la herramienta con la que los países como España cuantifican anualmente las emisiones de sus sectores productivos y con la que se establecen los compromisos de reducción de emisiones. El inventario está estructurado para facilitar la tarea de cómputo de las emisiones siguiendo unas reglas comunes entre todos los países (establecidas por Naciones Unidas[5]). Para facilitar la contabilización, el inventario clasifica las emisiones de cada país en varios apartados, según grupos de sectores productivos (energía, procesos industriales, agricultura…). En definitiva, es una herramienta muy potente para poder llevar a cabo políticas de mitigación a nivel estatal.

Los datos de 2016 del inventario español de emisiones[6] indican que el sector “agricultura” es responsable directo del 11% de las emisiones de gases efecto invernadero, de los cuales más de la mitad (un 6% del total de emisiones) corresponde a la cría de animales y la gestión de sus deyecciones. Estas emisiones se producen mayoritariamente en forma de metano (CH4), que es un gas con un poder de efecto invernadero muy superior al CO2, y se originan principalmente en la digestión de los animales rumiantes (vacas, ovejas y cabras principalmente) y durante la gestión de los estiércoles líquidos (purines, principalmente procedentes del ganado porcino). Según el Inventario español de emisiones, la ganadería se sitúa lejos del sector energético que representa un 78% del total, liderado por las industrias energéticas (28% del total) y el transporte (22%).

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Evolución de las emisiones de gases de efecto invernadero por sectores en la Union Europea. Fuente: Agencia Europea de Medio Ambiente

Así, actuar sobre el sector ganadero tendría en principio un impacto escaso en el inventario nacional de emisiones. Sin embargo, este inventario sirve para computar el total de emisiones de un país pero no está diseñado para determinar la contribución de la producción animal (u otro sector) en las emisiones de gases efecto invernadero. Estas deben cuantificarse sumando las emisiones generadas en todas las etapas necesarias hasta producir un determinado producto o servicio (lo que se conoce como “huella de carbono”).

La FAO[7] estima que las emisiones procedentes directamente de los animales y sus excreciones suman a nivel mundial unos 2300 millones de toneladas de CO2 equivalente, pero reconoce que las emisiones asociadas a los productos de origen animal incluyen también otros procesos. Por ejemplo, el uso de combustibles para maquinaria o calefacción en granjas también debe asociarse a la producción animal, aunque está incluido en el apartado de “Energía” del inventario de emisiones. La huella de carbono de un producto de origen animal considera también las emisiones procedentes de la obtención de ingredientes para alimentación animal, que pueden ser producidos o no en España (y por tanto estar computados o no en nuestro inventario de emisiones). Además, la producción de alimentos para los animales requiere con frecuencia cambiar la forma en la que se usa el suelo (por ejemplo cuando se roturan tierras forestales para uso agrícola y ganadero), lo cual disminuye las reservas de carbono que el suelo es capaz de retener liberándolas a la atmósfera en forma de CO2. Sin embargo, el suelo también puede ser un sumidero de CO2 si esos cambios se revierten. En definitiva, la FAO estima que estas emisiones “indirectas” son prácticamente el doble que las directamente emitidas por los animales y sus deyecciones. Desde esta perspectiva, el peso de los productos de origen animal en las emisiones de gases efecto invernadero se sitúa aproximadamente en un 14,5% a nivel global, y unos 7100 millones de toneladas de CO2 equivalente, según la FAO. Esto supone una parte muy relevante de las emisiones relacionadas con la producción agroalimentaria, que se estima cercana al 25% según varios organismos como el IPCC[8].

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Figura. Emisiones globales (% del total de la producción ganadera) según las diferentes fuentes a lo largo del ciclo de vida productivo de diferentes productos. Fuente FAO.

Reducir el consumo de productos de origen animal en regiones donde el consumo es elevado es una de las estrategias a considerar para mitigar el cambio climático.

El reciente informe de IPCC “Global Warming of 1.5 °C” [9] detalla de qué forma podemos evitar las peores consecuencias del cambio climático. Este informe indica que además de una drástica reducción del CO2 emitido por la quema de combustibles fósiles, será necesario reducir en gran medida las emisiones procedentes de la agricultura. La producción animal es por tanto una pieza esencial en la lucha contra el cambio climático, y lo es tanto por sus emisiones directas como por las producidas de forma indirecta. El abanico de posibilidades de mitigación de las emisiones de la ganadería es muy amplio. A nivel de granja, un primer grupo de estrategias se basa en optimizar la cría de animales, de forma que la cría animal necesite la menor cantidad de recursos posibles. Un segundo grupo de estrategias se centra en limitar los procesos por los cuales se originan las emisiones. En ambos casos se han logrado grandes avances en los últimos años, con perspectiva de que sigan mejorando en un futuro. Igualmente, un tercer grupo de estrategias está relacionado con reducir las pérdidas asociadas al desperdicio alimentario. Pero existen evidencias científicas de que el ritmo actual de mejora no será suficiente. Dicho de otra forma, aunque producir una determinada cantidad de carne tenga cada vez menor huella de carbono, el total de emisiones asociadas a la producción ganadera seguirán subiendo en vez de reducirse debido al aumento en mayor medida de la demanda global de este tipo de alimentos. Por tanto, es indispensable desarrollar a través de la investigación e innovación formas de producción ganadera que permitan reducir a mayor ritmo las emisiones directas e indirectas relacionadas con la producción animal.

En este contexto, se introduce en el tablero de juego un cuarto grupo de estrategias asociadas a los consumidores: reducir el consumo de productos con elevada huella de carbono (entre los que se suelen encontrar los productos de origen animal) y sustituirlos por otros con menor huella, manteniendo en todo caso un aporte nutricional adecuado. Se trata de una estrategia controvertida y llena de matices que hacen que su aplicación a escala global sea compleja, pues se entremezclan aspectos ajenos al cambio climático, pero igualmente relevantes, tales como la salud, la seguridad alimentaria, el bienestar animal, la sostenibilidad económica del mundo rural u otros impactos ambientales. El enfoque siempre debe ser regionalizado, pues existen regiones del planeta altamente deficitarias en la ingesta de nutrientes y proteína de alto valor biológico en donde los productos de origen animal desempeñan un papel fundamental. Además, los estiércoles generados son necesarios para la fertilización de los cultivos, particularmente en los sistemas de producción ecológica donde la aplicación de fertilizantes sintéticos está restringida. Por el contrario, en las regiones de rentas más altas, como España, la ingesta de proteína de origen animal es mayor al recomendable, y muchos estudios indican que reducirla y adecuarla a las recomendaciones de los expertos nutricionistas estaría alineado con la mitigación del cambio climático[10]. De hecho, una dieta con un mayor peso de las legumbres, frutas y verduras de proximidad y temporada, y un menor peso del consumo de carnes, bebidas azucaradas y alimentos procesados es un ejemplo de dieta más saludable y climáticamente más sostenible.

Reducir el consumo de productos de origen animal es efectivo, pero sin embargo tiene matices importantes que deben ser considerados

¿Qué tipo de producto animal convendría reducir por motivos climáticos? La respuesta no es evidente, ya que existen producciones animales muy diversas. Los animales criados en condiciones intensivas (típicamente de razas muy mejoradas de aves, cerdos, alimentados a base de piensos de elevada calidad nutricional) son los que aprovechan una mayor proporción de los nutrientes que ingieren, y los que emiten menos metano por cada kilo de producto. Este tipo de producción es la que más se han intensificado en las últimas décadas, pero también la que ha permitido incrementar el consumo de productos de origen animal en las últimas décadas al hacerlos más accesibles. Sin embargo, ello no necesariamente significa el mejor resultado a nivel de la cadena de producción, pues la mayor parte de su huella de carbono no está asociada a la cría de los animales, sino a la obtención de las materias primas con los que se les alimenta, que por otra parte podrían emplearse para alimentar directamente a la población. Este proceso de obtención de las materias primas implica el uso de amplias zonas de cultivo para producción de soja y cereal, con frecuencia alejadas miles de km del lugar en que son consumidas. También implica el uso de los correspondientes fertilizantes y sus emisiones asociadas tanto a la fabricación como a su aplicación en el campo y el transporte internacional de las materias primas hasta nuestras granjas. Por el contrario, los animales criados en condiciones más extensivas (entendiendo como tales los criados con una menor densidad de animales por unidad de superficie) suelen aprovechar una menor proporción de los nutrientes que ingieren, y al ser habitualmente rumiantes tienden a emitir mayores cantidades de metano en su digestión. Sin embargo, precisamente por ser rumiantes, son capaces de aprovechar (también en condiciones de intensividad) recursos difícilmente aprovechables por otros animales o los propios humanos, lo que reduce considerablemente la huella de carbono asociada a su alimentación. Entre los extremos mencionados, existe una amplia variedad de producciones ganaderas en cuanto a sus impactos y potenciales beneficios, lo cual impide cualquier valoración genérica y, una vez más, hace necesario un enfoque regionalizado.

Adicionalmente, las emisiones de gases efecto invernadero no deben ser la única herramienta de decisión ambiental. Al igual que el transporte tiene otros impactos relevantes como los relacionados con la calidad del aire y la salud pública, la producción animal tiene importantes impactos ambientales. Estos dependen del tipo de producción en cuestión, y están asociados principalmente al consumo de recursos naturales y suelos, así como a la gestión de las excreciones de los animales por su impacto. En particular, el grado de concentración ganadera dificulta (pero no imposibilita) su control, de forma que el modelo de producción intensiva es más proclive a generar problemas ambientales, mientras que la producción extensiva y en pastoreo contribuye en mayor medida a la conservación de determinados hábitats y ecosistemas. Algunos ejemplos de impactos negativos nada despreciables están relacionados con las emisiones de amoniaco, la contribución a la contaminación de las aguas subterráneas por nitratos (ambas muy vinculadas a la agricultura y ganadería intensivas en general), la generación de olores o el uso de antibióticos. Del mismo modo, tampoco deben obviarse los beneficios económicos, sociales y ambientales asociados a cada tipo de producción animal. Por tanto, la imagen completa de los impactos y beneficios de la producción animal es difícil de abarcar incluso para personas especialistas en estos temas.

En todo caso, la mitigación del cambio climático requiere considerar de forma conjunta diferentes estrategias, pues resulta inefectivo o incluso contraproducente centrarse en una: podría pensarse erróneamente que dejando de consumir este tipo de alimentos compensaríamos otras emisiones como las del transporte (o viceversa). Por poner un ejemplo, un viaje de ida y vuelta en avión de Málaga a Amsterdam tiene unas emisiones comparables al consumo anual de carne de un consumidor español promedio[11], lo que puede dar a cada uno una idea sobre cuáles podrían ser sus prioridades climáticas. Igualmente, no debemos negar el papel que cada una de nuestras acciones cotidianas tiene sobre el cambio climático (incluido el consumo de productos de origen animal). De hecho, el último informe de IPCC sobre “Global Warming of 1.5 °C” defiende la aplicación de un conjunto de medidas coordinadas que afectan a nuestros hábitos de consumo, es decir la forma en la que vivimos, nos desplazamos y nos alimentamos.

Así, las mejoras ambientales asociadas a reducir el consumo de productos de origen animal son evidentes, al igual que lo es reducir otras actividades (por ejemplo los desplazamientos en avión o en coche). Es necesario tener una mayor ambición al actual en la reducción de emisiones de la ganadería, tanto a nivel de producción como de consumo. Por eso debemos continuar trabajando para establecer la estrategia que mejor combine la diversidad de impactos y beneficios asociados de la producción animal con el resto de acciones para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Por tanto, el consumo de productos de origen animal y el tipo de producción no es LA solución al cambio climático, pero sí que puede ser parte de la solución, aunque siempre de forma coordinada, regionalizada y basada en evidencias científicas.

Documento del Grupo de Trabajo de Ganadería de Red Remedia.

Coordinador: Salvador Calvet (UPV)

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Salvador Calvet Presidente Red Remedia Universitat Politecnica de Valencia

Autores (por orden alfabético): María Almagro (BC3), Jorge Álvaro-Fuentes (CSIC-EEAD), Haritz Arriaga (Neiker) Inmaculada Batalla (BC3), Salvador Calvet (UPV), Agustín del Prado (BC3, BCAM), Cipriano Díaz (UCO), Fernando Estellés (UPV) Elena Galán (BC3), Ana Iglesias (UPM), Pol Llonch (UAB), Guillermo Pardo (BC3), Sonia Roig (UPM), Agustín Rubio (UPM), Víctor Vélez (UPVU San Marcos), David Yañez (CSIC-EEZ)

Los siguientes investigadores han contribuido al texto: Alberto Sanz-Cobeña (UPM, CEIGRAM), Ivanka Puigdueta (UPM, CEIGRAM),

[11] Comparación aproximada basándose en los niveles de consumo de carne según https://www.mapa.gob.es/es/alimentacion/temas/consumo-y-comercializacion-y-distribucion-alimentaria/panel-de-consumo-alimentario/ultimos-datos/, huella de carbono de los productos animales estimada según https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0306919212000942 y emisiones asociadas a la aviación según https://www.icao.int/environmental-protection/Carbonoffset/Pages/default.aspx.